jueves, 19 de agosto de 2010

Relato: "Tormenta de verano."

Hoy llueve. Sentada en el sofá, con el débil rumor del televisor encendido a mis espaldas, paso el rato mirando como resbalan las transparentes y cristalinas gotas por el cristal que encierra el balcón. Veo pasar gente por la calle, abrazados a si mismos para combatir el repentino frío que ha causado esta tormenta de verano, y recuerdo cuando, hace un par de meses, paseaba aún con él por la calle, cogidos de la mano, riendo y siendo felices.
Empiezo a llorar, tengo una razón: mi corazón ha vuelto a abrir las heridas, que creí que habían comenzado a cicatrizar, al pensar en él…
Llueve aún más fuerte y se oye rayos en la lejanía. Será mejor que vaya a despejarme, no quiero estar dentro de casa. Sin pensarlo dos veces me pongo un abrigo negro que estaba guardado en el altillo de mi armario, esperando al invierno, cojo las llaves y salgo por la puerta.
En la calle hace frío, mucho, para estar en pleno agosto.
Aunque me duela reconocer que él ya no está, creo que va siendo hora de afrontarlo. Así, sin más comienzo a andar hacia la playa, las calles están llenas de charcos, y conforme me voy acercando a mi destino, el cielo oscurece más y más.
Siento una fuerte punzada en el costado, acabo de pasar por delante de la casa donde, antes del accidente de moto que acabó con su vida, vivía mi novio con sus padres. La casa está ahora cerrada a cal y canto, con las persianas bajadas y un cartel de “SE VENDE” colgado del gran ventanal de cristal que miraba al mar.
Mi mirada pasea por la fachada del edificio, no hay nada que hacer, decido continuar con mi camino.
Ya estoy llegando a la playa del Mediterráneo, las palmeras agitan sus grandes hojas por culpa del fuerte viento, no hay nadie. Me acerco silenciosamente a la arena, la cual parece barro por lo empapada que está. Da igual, voy a entrar igualmente. Estoy helada, sucia, llena de arena y tengo los huesos calados por el frío y la lluvia, no, no se me ha ocurrido coger un paraguas. Quería mojarme, así se notarían menos las lágrimas.
Me siento frente al mar, no quiero volver a mi casa y es tarde, está anocheciendo. Y pensar que murió en aquel accidente porque me trajo en moto a la playa a ver el atardecer… tendría que haber muerto yo, era yo quién no llevaba casco, él sí. Este pensamiento llevaba atormentándome desde aquella noche, así no podía seguir, lo necesito aquí, conmigo, pero ya no está en este mundo.
Una lágrima me cae por la mejilla, ha dejado de llover. Tengo que volver a casa.

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