martes, 14 de septiembre de 2010

Relato: "Princesa"

 
-Princesa, vas a llegar tarde, date prisa. - dijo Andrés con un cariñosa sonrisa en sus labios...
-Vale mi vida, hasta mañana, cuando llegues me llamas, ¿verdad?- dijo Verónica
-Claro que sí princesa- dijo agarrándola por la cintura suavemente.
-Vale cariño, pero antes de que te vayas toma esto,- puso en sus manos una fina cadena de plata acabada en un colgante en forma de corazón- sé que no es mucho, pero en fin, es algo. Feliz cumpleaños.
- Gracias.- dijo Andrés antes de besar suavemente a su novia como si fuese la última vez que lo fuese a hacer  en siglos.


Verónica cerró la puerta de su edificio y tras ella se alejó Andrés. Era ya bien entrada la noche cuando él se dirigía a su casa, tardaría unos diez minutos en llegar así que se puso los cascos de su mp3 y comenzó a andar mientras sonaba en sus oídos una y otra vez la canción que había logrado ayudarlo espiritualmente en muchísimos momentos de su vida, ‘Boulevard of Broken Dreams’, algo así como el ‘Boulevard de los sueños rotos”.

Y sí, su vida había sido un sueño roto hasta que apareció ella, con su llameante melena rizada y pelirroja y aquellos ojos marrones que irradiaban luz propia, los cuales era como si tuviesen un Universo en su interior que fuese el centro de toda su belleza y lo mostraba a través de ellos. Ella le enseñó a amar, le enseñó a quererse a sí mismo, a ser mejor persona e incluso, le enseñó a ser feliz.

Andrés seguía caminando, justamente en aquel momento pasaba por delante de su instituto, en la puerta del cual inició su relación con Verónica un 22 de octubre cuatro años atrás. Se detuvo frente a aquella impresionante puerta de hierro decorada con el escudo de su instituto, sonrió, rozó la cadena de plata que descansaba en su bolsillo, miró al cielo ya colapsado de estrellas y siguió andando hacia su casa.

A las dos manzanas de llegar a su casa, Andrés se sintió algo extraño, se sintió… como perseguido por alguien, dejó de andar, miro hacia detrás, hacia delante, a los lados, no vio nada. En escasos segundos, alguien salido de detrás de unos matorrales puso un objeto punzante en su cuello, probablemente una navaja o un cuchillo de cocina,  lo agarró del estómago y lo arrojó contra la pared más cercana.

Una gota de frío sudor cayó de la sien de él, se mareó, sintió como una voz le obligaba a no mirarle a la cara y a dejar en el suelo todos los objetos de valor que llevara encima, Andrés empezó a vaciar sus bolsillos, en los cuales había poco más de 10 euros, un bonobús y el móvil, intentó no sacar lo único que quedaba en sus bolsillos, la cadena de plata en forma de corazón de Verónica, pero el atracador se dio cuenta de que aún le quedaba algo.

-¡Ey tú,  saca eso que tienes ahí, deprisa! – dijo aquel hombre con una potente voz.
- Eh… no por favor no es nada… es un regalo… -  contestó con muchísimo miedo.
- ¡Si no lo sacas te rajo!, ¡Qué lo saques te digo! – amenazó por última vez.
-No por favor… - suplico con sus últimas fuerzas mientras oía la sirena de un coche de policía.
-Mierda, tú lo has querido- fue lo último que oyó de aquel hombre.
Andrés sintió como algo frío y cortante presionaba su cuello, rajándolo. Tuvo miedo y mucho, mucho dolor. Se desplomó, con un último esfuerzo entrelazó en sus dedos la cadena, dejó caer una lágrima y perdió el conocimiento con una última imagen en la mente, la de Verónica.

Habían pasado más de 20 minutos y el móvil aún no había sonado, a Verónica le pareció demasiado extraño, ya que Andrés siempre era puntual en sus llamadas.  Ella sintió en lo más profundo de su corazón que algo no iba bien, a pesar de que eran las 12 de la noche no pudo con el sufrimiento que se había despertado en ella, así que bajó corriendo a la calle en pijama y bata, le daba igual el como iba vestida, se puso el casco y subió en su moto.

En menos de 5 minutos estuvo justo en la puerta de casa de Andrés, llamó al timbre, Ana, la madre de él, le dijo que aún no había llegado, Verónica se desesperó, le caían las lágrimas sin querer, echó a correr, intentando deshacer el camino que el solía hacer para llegar a su casa, a dos manzanas, lo encontró, tirado en el suelo, con un gigantesco charco de sangre a su alrededor.

Verónica se quedó paralizada durante unos instantes, pero de inmediato corrió hacia él. Con los ojos inundaos en lágrimas se arrodilló a su la lado, cogiéndole la mano, mientras con la otra, le tomaba el pulso, casi imperceptible. No supo que hacer.

Verónica se quedó en blanco, se acostó a su lado y comenzó a llorar en silencio, mientras los últimos segundos de la vida de Andrés se consumían lentamente, dictaminando así la sentencia de muerte de Verónica. El amor de su vida, su princesa.


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